Mi querido y viejo amigo:
Nos dejaste un día otoñal de esos que tanto gusta al cazador y al mundo cinegético con sus ocres, sus burdeos y todos sus cromáticos contrastes en nuestros montes. Un día de esos en los que pegaba el nordés que tan poco anima a los pescadores. Un día de esos en los que las camelias pierden su esplendor por comenzar a oxidarse con los primeros fríos del otoño.
Nos dejaste un día de esos… y lo hiciste fiel a tu estilo vital y al compromiso que inalterablemente mantuviste en vida con una rectitud impropia de tiempos actuales, una seriedad y una entereza dignas de los grandes hombres y una sencillez demostrativa de los valores que atesoraste en vida.
Te recuerdo, mi querido y viejo amigo, que nos conocimos hace ahora 30 años en A Pontenova donde nos dimos nuestro primer abrazo y 30 años después nos acabamos de dar el último. Un abrazo de más que amigos que prolongamos hasta el infinito de nuestro sentimiento.
En estas tres décadas, nuestra amistad personal derivó viendo crecer a nuestros hijos y compartiendo los grandes momentos que nos ha deparado la vida con ellos y con nuestras respectivas compañeras de siempre, disfrutando de los placeres sencillos como un reconfortante baño a la puesta del sol en A Lanzada y sintiendo en cada instante que la vida pone a nuestro alcance todo lo necesario para ser inmensamente felices a poco que nos lo propongamos.
Y debo decir, querido y viejo amigo, que tu me enseñaste a alquimizar todos esos placeres que en ocasiones no sabemos gozar en plenitud si no tenemos a alguien que nos lleve firmemente de la mano enseñándonos el camino y evitando los innecesarios escollos.
Tú eras diferente, amigo Joaquín, tenías un sentido especial para magnificar lo más nimio otorgando categoría universal a las cosas más insignificantes y modestas. Y fuiste capaz de humanizar lo más inalcanzable para goce y disfrute terrenal.
Tú ya sabes con certeza que allá en el noroeste reivindicamos y hacemos nuestro colectivamente tu 25% de ADN galaico.
Por eso no olvidaremos nunca cuando tuvimos que impedirte que te echaras de cabeza a un vivero de centollos en un restaurante de Baio, que te emocionaste al comprobar la inmensa belleza de A Ría de Arousa, que una nécora puede ser un postre, que tienes casa y familia numerosa en Pazos, que tu 40 cumpleaños tuvo sonido a lealtad inquebrantable y sabor a crustáceo, que en Vilagudín sembramos amistad sin cuotas ni cupos, que el punto máximo de la felicidad concluye con una habanera a medianoche y un sin fin de emociones que tuvimos la suerte de vivir y compartir siempre a tu lado.
Hoy el Ulla, tu Ulla, está triste y baja en silencio chispeando resignación. Llegaron voces lacónicas y entrecortadas de Ximonde a Couso y Sinde porque una ilustre vara dejaba estos caladeros por otros más pulcros y limpios donde no tendrás que ejercer tu intachable compromiso profesional de denuncia por el maltrato que hacen de nuestros ríos.
Sabes que siento el Ulla como una de mis arterias por eso percibo lo triste y abnegado que se muestra hoy. Un decaimiento que sólo mengua con el recuerdo de tantas y tantas inolvidables jornadas de pesca, de cómplice amistad, y sin límites, a orillas de un río digno de hacernos perder la compostura.
Y el noble Tambre, amigo Joaquín, ese bravo Támere en el que picaste tu primer reo gallego una mágica e inolvidable noche de septiembre. Ese curso donde los ilustres y los más merecedores ponen nombre a su propio pedrusco pero no hay piedras suficientes en el Tambre que puedan soportar el peso sensorial de llamarse Joaquín España, o simplemente “la piedra de Jokin”.
Y el Rois, el Eo, el Mandeo, el Deva, el Lérez y otros tantos sinónimos de felicidad y belleza que, durante seis hermosísimos y entrañables lustros, fuimos disfrutando en armonía y compañerismo con una caña de pescar en la mano y el sentimiento del corazón en la otra.
Conocimos juntos medio País, gracias a la pesca, con sus gentes y sus valores y, por ello, tu recuerdo va mucho más allá de lo estrictamente material por tu maravillosa forma de ser y tu particular visión de la vida. Por donde fuiste, hemos sido testigos de que has dejado una impronta imborrable.
Y a pesar de ser ciudadano del mundo, cosmopolita y global, siempre tenías unos soportes vitales que te hacían volver a los ancestrales y atávicos orígenes: a tu Rascafría del alma, a la sierra, al Alto Lozoya y, con menos frecuencia de la debida, a tu Galicia enigmática y hechicera.
La música también significó para ti una fuente de expresión artística en la que tanto te reconfortaba la simplicidad de un tango como la complejidad de una opera.
Y qué decir de la gastronomía, otra de tus pasiones y devociones, en la que sibilina y diestramente te defendías con sumo acierto y sutil tacto tanto en los complejos fogones como en la gratificante y reparadora mesa.
Sí, ya sé que no fuimos a Montana pero algo habrá que dejar para el más allá, ¿no crees?
Nos conocimos cuando la vida nos daba las primeras grandes satisfacciones profesionales, esas que nunca te abandonaron pues todo lo que firmaste y asumiste lo hiciste desde el rigor de la profesión y el compromiso personal por la caza, la pesca, el medio ambiente y la madre naturaleza.
Y los años fueron cayendo fortaleciendo más y más, si cabe, una relación noble, rocosa y sincera.
En este mundo proceloso en el que los valores pierden su esencia, llegaste a compartir conmigo algunas dudas sobre ti mismo y te reitero, una vez más y de forma concluyente y taxativa, que fuiste un buen hombre, bo e xeneroso, que tiene que estar profundamente orgulloso de la bonhomía y el bien que sembró y del cariño y del agradecimiento que cosechó en cada momento. No dudes, viejo amigo, que estamos muy orgullosos de ti y te manifestamos nuestra gratitud por haber podido disfrutado de ti y de la vida a tu lado en su más pura esencia.
Estoy y estamos orgullosos, de ti y de tu entorno familiar y amical.
Tienes una familia, viejo amigo, que ha sabido como nadie proporcionarte amor y felicidad sin límites. Y tienes un entorno amical que ha sabido reconocer con justiprecio la talla, el talento y la valía personal y humana de un hombre de regios principios y profundas convicciones.
Ese calor humano te acompañará allá donde vayas para que sientas que tu paso por esta vida en absoluto ha sido efímero, ha sido denso, próspero, profundo, fructífero y gratificante en lo material y eterno en lo sensorial.
Y si en lo personal has sido toda una revelación y un hallazgo, qué decir de lo profesional. También atiende a la razón que no obvie la ingente cantidad de periodistas a los que ayudaste e incluso encaminaste en la senda de esta compleja profesión. Profesionales que hoy deben estar sintiendo lo mismo que nosotros.
El mundo del periodismo pierde a uno de sus más valorados activos porque, a pesar de la jubilación, seguías ayudando desinteresadamente a quien lo precisase y te lo demandase en un ejercicio encomiable de voluntariedad, abnegación y altruismo.
Muchas cosas del mundo cinegético, del mundo de la pesca, del sector del Medio Ambiente y del periodismo especializado ya no serán lo mismo a partir de hoy. Pierden a uno de sus valores telúricos y arraigados en unas actividades que la raza humana practica y necesita desde el inicio de los tiempos.
Ese es tu extraordinario legado que asumimos comprometiéndonos a que tu memoria permanezca tan latente como la más jubilosa de las alegrías.
Querido y viejo amigo Joaquín, ahora que has iniciado el otro camino, ese que te orienta al Obradoiro de la inmortalidad y a la paz espiritual perpetua, cuando llegues saluda fraternal y solemnemente de nuestra parte al Doc y a todos aquellos otros grandes amigos con los que te vas a reencontrar. Y espéranos, espéranos porque algún día volveremos a abrazarnos y en ese momento lo haremos sabedores de que ese sólido y tierno retozo será hasta el final de los tiempos.
Querido Joaquín, volveremos a vernos; volveremos a vernos.
Mi querido y viejo amigo, conocerte ha sido una inmensa bendición y ser tu amigo un privilegio ciertamente excepcional.
Buen viaje; buen camino, querido Joaquín.
Miguel Piñeiro.